
La Labor es un rincón a la añoranza, a la estancia del tiempo y a la remembranza de las tradiciones orales. Ahí los amaneceres siguen siendo intactos, solo interrumpidos por el canto de la naturaleza y la brisa del alba.
Acogedoras casonas de tejas con techos de dos aguas y amplios patios alfombrados de hojarasca, dan la bienvenida al visitante para contar sus historias a través de sus vigas, horcones y paredes, y para hacer del tiempo no un retroceso, sino una presunción.
Es un poblado que aun conserva las costumbres de los misioneros que fundaron esas tierras con el evangelio, pero que también han sabido fincar sus propias tradiciones tan ricas como las de sus vecinos de San Javier, como el día de la virgen y las fiestas de Semana Santa.
Como visitante la primer conquista comienza con las arenosas calles a desniveles que inmediatamente topan con amplio arrollo en forma de calzada y al pie de un frondoso cerro, ahí mismo en las inmediaciones con el centro, se aposentan tres piezas claves que hacen alarde a la riqueza de su historia: la hacienda, el convento y el museo comunitario.

Con atractivas panorámicas para el turista, las coloridas casas y majestuosos árboles coquetean para la placa fotográfica, pero esto no queda en simple estética visual, otra de las formas de dejarse conquistar es a través de su tradiciones culinarias como: el queso con chile pikín, las natas de leche, las empanadas de colache de dulce de calabaza, coricos y conservas de frutas de temporada como las pitayas, haguamas y las ciruelas.
En el campo de las expresiones orales hay una riqueza inagotable, solo es cuestión de abordar a sus habitantes para percibir cantidad de palabras de origen náhuatl como testimonio a la herencia ancestral de tribus nómadas que dejaron vestigios de la lengua a su paso y un que otro petroglifo.
La flora y fauna son abundantes, los aromas de flores silvestres se dejan sentir junto al canto del cenzontle y la codorniz. Las huellas de otros habitantes de la selva seca como el venado que busca la flor de la amapa, el coyote que es atraído por la liebre y el gato onza que trepa en busca de aves, son parte del paisaje de la zona serrana de La Labor.
Lo recomendable para el visitante es pernotar una noche para contemplar el estrellado manto azul del cielo, escuchar anécdotas e historias de los anfitriones y contar la fugacidad de las estrellas que se desprenden del cielo vistas desde una terraza y bajo la humedad del sereno.
La Labor es uno de los pueblos de San Ignacio que poca atención se le ha puesto y que merece ser más promocionado para que la gente conozca su riqueza cultural. Si usted tiene la oportunidad de visitarlo, pregunte por el fotógrafo Fernando Chavarín, uno de los principales promotores del pueblo y encargado del Museo Comunitario, quien se honrará en darle un tours por la historia de La Labor, San Ignacio, Sinaloa.
Lo recomendable para el visitante es pernotar una noche para contemplar el estrellado manto azul del cielo, escuchar anécdotas e historias de los anfitriones y contar la fugacidad de las estrellas que se desprenden del cielo vistas desde una terraza y bajo la humedad del sereno.
La Labor es uno de los pueblos de San Ignacio que poca atención se le ha puesto y que merece ser más promocionado para que la gente conozca su riqueza cultural. Si usted tiene la oportunidad de visitarlo, pregunte por el fotógrafo Fernando Chavarín, uno de los principales promotores del pueblo y encargado del Museo Comunitario, quien se honrará en darle un tours por la historia de La Labor, San Ignacio, Sinaloa.
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